10 junio 2017

Después de un concierto

Yo me subí en Atocha y me bajé en Linares-Baeza, en una especie de peregrinación Sabinera, para asistir al concierto de Joaquín en Úbeda. Creo que a estas alturas ya podemos afirmar sin miedo a errar, que un ateo confeso ha conseguido crear una religión en torno a su figura. Los conciertos son la expresión máxima de ese credo, una llamada a la que acuden gentes de cien mil raleas; saciando la necesidad de acudir a esa itinerante tierra santa, coronada por el escenario que pisa un viejo amigo de Satán.

Se atiende con expectación a la lectura cantada de las sabinianas escrituras, las cuáles más de uno es capaz de recitar de cabo a rabo, pero que cantadas al oído (aunque sean 8.000 pares de oídos como ayer) te resultan nuevas otra vez. Como si de una homilía se tratase, la parroquia del bombín toma buena nota de los comentarios que Sabina intercala entre canción y canción.

Estamos acostumbrados a escuchar que las canciones de Sabina han marcado las vidas de muchas generaciones, que han sido la banda sonora de muchos momentos importantes. A ésto yo añadiría algo más, los conciertos también tienen ese poder. Uno también puede repasar los conciertos de Sabina a los que ha asistido, y generar una postal que recoja muchos elementos. Por un lado el lugar dónde fue (los más afortunados podrán decir que fue un pueblo mar) y con quién se asistió. Por el otro, en qué etapa de tu vida te encontrabas (tan joven o tan viejo).

En un concierto tan multitudinario como el de ayer, es fácil encontrar a diferentes perfiles entre los asistentes. Está el veterano que sabe que al primer acorde de Princesa hay que ponerse en pie, y que en el estribillo modifica princesa por un nombre propio. Está la pareja que decidió abrir su baile nupcial al compás de Y nos dieron las diez, porque si su Madrid molaba más que el Aranjuez de Rodrigo, su ranchera al piano del amanecer también mola más que el vals de Strauss. Están las familias, con varias décadas mediante, satisfechas de haber transmitido una afición y gozosas de compartirla. Está a quien, Y sin embargo, le sigue removiendo los recuerdos más íntimos. Y también está el que le espeta "Qué Ruido más bonito haces, ¡canalla!". 


Anoche hasta la Luna se mostró completamente llena, sabedora de que Sabina solía recostar su cabeza en ella para hablarle de alguna amante inoportuna llamada Soledad. Aunque yo creo que en esta ocasión estaba ahí como cómplice necesaria cuando proclamaba "Superviviente, si, ¡Maldita sea!". De hecho, por cada 19 soles que le han acompañado ha habido 500 lunas.

Cuando termina el concierto y cada uno se dirige lentamente hacia la salida, dos pensamientos rondan la cabeza; la duda de si habrá sido el último y la certeza de que ha sido el mejor. Aunque se enorgullezca de ser un suspenso en religión, Sabina ya tiene sus ritos, sus viejos testamentos en vinilo (ahora negados por los nuevos), su Padrenuestro y su Ave María (de Magdala). No necesita decirlo explícitamente, pero consigue que todos sus fieles, tras comulgar con las pastillas para no soñar, podamos ir en paz.