22 junio 2018

Las arrugas de la voz

No siempre el quiero consigue ganar la guerra del puedo, y aunque el escenario pueda conseguir teñir las canas no hace lo propio con las arrugas de la voz. "Que no les engañen, envejecer es una mierda". Con esas sinceras palabras, Sabina alertaba al público que asistía a un nuevo concierto de los inconvenientes de seguir añadiendo decenas a sus cuarenta y diez. Fue en Madrid, ciudad en la que el niño de Úbeda nunca ha dejado de soñar que escribía, en cuyos rincones literalmente se ha ido dejando la vida. El último jirón de piel fue en el escenario del una vez llamado Palacio de los Deportes, y se llevó consigo la voz de Joaquín.

A veces es necesario ver al Martínez que se encuentra justo debajo del Sabina con bombín. Es peligroso que el mito nos impida ver al hombre, no se puede pretender que si Martínez está sufriendo en el escenario, Sabina pueda completar la tanda de bises. No es sencillo, ni para el propio Joaquín, que lleva casi una década intentando dejar claro que cada gira será la última. Ha tenido que negar el sobrenombre de "profeta del vicio", pero de todos esos vicios seguramente el más adictivo haya sido el de subirse al escenario para abrigar el corazón de infinidad de personas. Si al mito se le adora, al hombre hay que respetarlo y juzgarlo con honestidad. 

Ha habido mucho ruido estos días, un ruido escandaloso, porque la figura de Sabina es de tales dimensiones que nadie quiere desaprovechar la oportunidad de apuntarse tantos a su costa. Hemos tenido la ocasión de ver desfilar al torpe maletilla, al joven aprendiz de pintor, a la vecina que jamás saludaba, y como no, al crítico indignado que acusa; demasiado ruido. 

No olvidemos que esta gira arrancaba hace más de un año, que le ha dado la vuelta al mundo en varias ocasiones; y que en la inmensa mayoría de esos conciertos, desde el primer verso de "Lo niego todo" hasta que agarraba los platillos para despedirse recetando "Pastillas para no soñar", transcurrían dos horas y media. Esa es la medalla que le ha dado la vida, aunque de vez en cuando se le cruzasen hombres de traje gris. 

Dicho esto, también es justo dejar que Martínez agarre el tranvía que lo saque de "Calle Melancolía" cuando quiera. Y si en el barrio de la alegría ya no hay más escenarios, tendremos que ser nosotros los que sigamos silbando las melodías de Sabina. 

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